Mitos sobre el dinero en la psicología popular
En los últimos años, el tema del dinero
ha invadido las redes sociales, los podcasts, los libros de autoayuda y los
talleres de “crecimiento personal”. A menudo, estas conversaciones están
plagadas de afirmaciones simplistas y, en muchos casos, profundamente
engañosas. Desde la idea de que “el
dinero viene a quienes piensan en abundancia” hasta la creencia de que “las deudas son consecuencia de no haber
sanado la relación con tu madre”, circulan por ahí mensajes que mezclan una
pizca de verdad con grandes dosis de
magia, culpa y descontextualización.
A continuación, hablaremos sobre algunos
de los mitos más comunes sobre el dinero en la psicología popular, y
ofreceremos una mirada más realista, contextual y útil desde la perspectiva de
la psicología conductual contemporánea.
1. “La pobreza es consecuencia de creencias
limitantes”
Una de las frases más repetidas en el
mundo del desarrollo personal es que la pobreza o los bajos ingresos son el
resultado de tener una “mentalidad de escasez” o “creencias limitantes”. Se nos dice que si sólo cambiamos nuestra
forma de pensar, si “limpiamos nuestras
chakras monetarias” o “pensamos en
abundancia”, el dinero fluirá automáticamente hacia nosotros.
¿Qué hay de cierto y qué
no?
Es verdad que nuestras creencias
influyen en nuestro comportamiento financiero. Si, por ejemplo, creemos que el
dinero es peligroso, corruptor o que no nos merecemos ganarlo, es probable que
evitemos oportunidades, negociaciones o incluso el propio acto de ganar dinero.
Pero aquí está el problema: esta
narrativa ignora por completo el contexto. No todos partimos del mismo punto A.
Algunos partimos del punto B, y otros del punto Z. Mientras algunas personas
nacen en entornos con acceso a educación, redes de contactos, herencias o apoyo
familiar, otras crecen en contextos marcados por la violencia, migración
forzada, pobreza estructural, discriminación o falta de oportunidades reales.
Imaginemos a dos personas con la misma “mentalidad
de abundancia”: una que proviene de una familia acomodada con acceso a
universidades de élite, y otra que creció en una zona de conflicto con trauma
intergeneracional, adicciones familiares y sin acceso a educación básica.
¿Realmente ambas tienen las mismas probabilidades de enriquecerse simplemente
por pensar de forma positiva?
La verdad es que el pensamiento influye,
pero no determina. Y convertir la pobreza en un problema de “malas creencias”
no sólo es reduccionista, sino también profundamente injusto. Esta idea puede
llevar a la autoculpa y al victim blaming, haciendo que las personas se sientan
responsables de su situación cuando, en realidad, están inmersas en sistemas
complejos que escapan a su control individual.
2. “El dinero llega cuando estás en el estado
correcto”
Otro mito muy extendido es que si “confías en el universo”, “creas una carta de deseos” o “vibras en la frecuencia de la abundancia”,
el dinero aparecerá. Se promueve la idea de que todo fluirá con facilidad si
uno logra el “estado correcto”.
¿Qué hay detrás de este
mito?
Este tipo de afirmaciones suelen apelar
a la magia simpática o al pensamiento
mágico: la creencia de que nuestras acciones simbólicas (como pegar imágenes en
un tablero) pueden influir directamente en la realidad material.
En el mejor de los casos, herramientas
como la carta de deseos pueden funcionar como ejercicios proyectivos: nos
ayudan a clarificar lo que queremos, a visualizar metas y a conectar con
nuestras motivaciones más profundas. Pero no son varitas mágicas. No sustituyen
a la planificación, la gestión financiera ni al desarrollo de habilidades
reales.
El mayor peligro de este mito es la
ilusión de esfuerzo cero. Se nos hace creer que con sólo “estar en sintonía” todo se resolverá, lo que nos aleja del trabajo
real que implica aprender a manejar el dinero, tomar decisiones difíciles y
asumir responsabilidades.
3. “Gastar en uno mismo es invertir en la
abundancia”
Este es uno de los argumentos más
utilizados por quienes venden cursos, productos de lujo o servicios
terapéuticos caros: “es una inversión en
ti mismo”. Y aunque en algunos casos esto puede ser cierto (una terapia, un
curso relevante, una consulta médica), el término “inversión” se ha banalizado hasta el absurdo.
Comprarse una bolsa de diseñador en crédito
no es una inversión. Hacerse un tratamiento estético de lujo tampoco lo es, a
menos que tu trabajo dependa directamente de tu apariencia (y aun así, hay
límites). Llamar a todo “inversión en uno mismo” es una forma de justificar
gastos innecesarios y explotar la culpa o la inseguridad de las personas.
Peor aún: se suele vincular esta idea
con la noción de que “las deudas son consecuencia de no haber perdonado a tu
madre” o de “no amarte lo suficiente”. Estas afirmaciones medicalizan la falta
de educación financiera y convierten problemas estructurales o de gestión en
dramas emocionales.
Aquí hay que hacer una distinción
crucial:
▶
Invertir
implica destinar recursos con la expectativa razonable de que generen un
retorno (financiero, de salud, de conocimiento, etc.).
▶
Consumir
es satisfacer una necesidad o deseo inmediato, sin esperanza de retorno.
Ambos tienen su lugar, pero confundirlos
lleva a decisiones financieras poco saludables.
4. “Hablar de dinero arruina las relaciones”
Este mito está profundamente arraigado
en normas sociales y roles de género: “el hombre debe ser el proveedor”, “la
mujer debe ser la musa”, “los artistas no deben pensar en dinero”, “si hablas
de finanzas en pareja, pierdes la magia”.
¿Qué dice la evidencia?
Un estudio amplio sobre divorcios reveló
que no es el modelo económico lo que importa (50/50, uno gana más, etc.), sino
la percepción de justicia en el acuerdo.
Si ambos miembros de la pareja sienten que el arreglo es justo aunque uno
trabaje y el otro se ocupe del hogar, la relación tiende a ser más estable.
En cambio, evitar hablar de dinero
genera vulnerabilidad, malentendidos y resentimientos. No negociar cómo se
reparten los gastos, quién paga qué o qué pasa en caso de separación no es “romántico”:
es irresponsable.
Lo mismo ocurre en el ámbito
profesional. Si eres freelancer, emprendedor o artista, hablar de dinero no te
convierte en mercantilista. Te convierte en alguien que valora su trabajo y
quiere mantener relaciones sostenibles. El arte, la terapia, la enseñanza…
todos requieren recursos. Y los creadores y ayudantes también necesitan comer.
5. “Hay que trabajar duro para ganar dinero”
Este mito tiene raíces profundas en
culturas post-soviéticas y protestantes: la idea de que el dinero debe ganarse
con sangre, sudor y lágrimas. Pero
esta narrativa choca con otra muy popular en redes sociales: la del “dinero fácil”.
La realidad está en el medio. Sí, a menudo el dinero requiere esfuerzo,
disciplina y aprendizaje continuo. Pero también requiere inteligencia estratégica,
redes, timing y, a veces, suerte.
El problema surge cuando nos aferramos
tanto a la idea del “esfuerzo” que no evaluamos si ese esfuerzo está generando
resultados reales. ¿Sigues trabajando 12 horas diarias sin aumento de salario?
¿Dices “sí” a todo por miedo a perder clientes, pero tu calidad de vida se ha
deteriorado? Eso no es virtud: es agotamiento disfrazado de ética laboral.
¿Y qué alternativa hay? El enfoque conductual
contextual
Frente a estos mitos, una alternativa
útil proviene de la terapia conductual
contextual (ACT, por sus siglas
en inglés). Este enfoque no se enfoca en “cambiar tus creencias”, sino en entender el comportamiento financiero en su
contexto.
La clave está en el
modelo ABC:
▶
A (Antecedente):
el contexto en el que ocurre el comportamiento (histórico, emocional, social).
▶
B (Behavior):
el comportamiento en sí (gastar, ahorrar, evitar hablar de dinero).
▶
C (Consecuencia):
lo que sucede después (alivio, culpa, recompensa, conflicto).
Por ejemplo, si alguien compra compulsivamente
por la noche, no sirve simplemente decirle “piensa en abundancia”. Es más útil
preguntar:
▶
¿Qué
está ocurriendo antes de la compra?
(¿estrés? ¿soledad? ¿aburrimiento?)
▶
¿Qué
función cumple esa compra?
(¿autocalmarse? ¿sentirse en control?)
▶
¿Qué
consecuencias tiene? (¿alivio
momentáneo seguido de culpa?)
Cuando entendemos la función del comportamiento, podemos
buscar alternativas más saludables
que cumplan la misma función sin los costos negativos.
El rol del contexto: pasado y presente
Nuestro comportamiento financiero está
influenciado por:
▶
Contexto
histórico: experiencias familiares, traumas transgeneracionales (como la
pérdida de ahorros en crisis económicas), relatos de escasez o miedo heredados.
▶
Contexto
actual: salud mental (ansiedad, TDAH, depresión), entorno social (presión por
tener cierto estilo de vida), relaciones de pareja.
Por ejemplo, una persona con TDAH (en
español, Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad; en inglés, ADHD:
Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder) puede tener decenas de suscripciones
olvidadas, compras impulsivas y dificultad para seguir presupuestos. No se
trata de “falta de voluntad”, sino de
un contexto neurocognitivo específico
que requiere estrategias adaptadas (recordatorios, automatización, barreras
para gastar).
Habilidades reales > afirmaciones mágicas
Más allá de los mitos, la educación
financiera real incluye:
▶
Gestión
de ingresos y gastos: saber cuánto entra, cuánto sale y en qué.
▶
Fondo
de emergencia: no para “comprar zapatos rotos”, sino para verdaderas crisis
(pérdida de empleo, enfermedad).
▶
Comprensión
de instrumentos financieros: créditos, tarjetas, inversiones, seguros.
▶
Planificación
a largo plazo: jubilación, metas grandes.
▶
Comunicación
financiera asertiva: negociar salarios, hablar de dinero en pareja, decir “no”
a gastos innecesarios.
Y sí, leer contratos antes de firmarlos,
usar autenticación de dos factores, y saber cómo bloquear una tarjeta si te la
clonan también forma parte de la alfabetización financiera moderna.
Conclusión: el dinero no es mágico, ni moral
El dinero no es un juez de tu valor
personal, ni un indicador de tu nivel espiritual. Es una herramienta, y como
toda herramienta, su impacto depende de cómo la uses, del contexto en el que la
uses y de las habilidades que hayas desarrollado para manejarla.
Romper con los mitos populares no
significa negar la importancia de la mente o las emociones. Significa
contextualizarlas, integrarlas con el conocimiento práctico y liberarnos de la
culpa, la magia y la culpa mágica.
Desarrollar un comportamiento financiero
consciente no es cuestión de repetir afirmaciones, sino de observar,
experimentar, ajustar… y, sobre todo, aprender sin juzgarte.
Porque al final del día, todos merecemos
vivir con dignidad, claridad y sí con un poco más de paz financiera.
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© Nikolai Barkov, 2025

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